jueves, 26 de marzo de 2009

COMENZAR A SOLTAR...

Aunque nos empeñemos, no podemos tenerlo todo bajo control. Disfrutar de la vida requiere aprender fluir con las situaciones.Entre los muchos temores que hoy nos atenazan, el miedo a perder el control es uno de los más extendidos. En parte porque nuestra cultura ensalza el éxito y éste depende de cómo nos adaptamos a lo que se nos pide socialmente, aunque a veces eso implique desoír lo que reclaman nuestros impulsos. La vida requiere tanto tener cierto control sobre uno mismo como soltarse expresando y actuando con lo que realmente se siente. El control podría compararse con las riendas guiadas por la razón, mientras que los impulsos o emociones serían los caballos. Sin riendas no podemos dirigir a un caballo, pero si lo refrenamos demasiado pierde su fuerza y naturalidad. Algo similar sucede en nosotros. Sabemos que no podemos entregarnos enteramente a nuestros deseos porque necesitamos atenernos a ciertas normas. Si no fuera así, no dudaríamos en agredir cuando sintiésemos rabia o no contendríamos los deseos eróticos hacia otras personas. El control, por tanto, tiene una función adaptativa y es necesario. Pero cuando se quieren dominar las situaciones más allá de lo razonable se instaura una lucha inútil contra la esencia de uno mismo y de la vida. Cuando se depende excesivamente del control y la razón suelen estar mermadas la capacidad de entrega y la confianza. El afán de controlar se expresa de diferentes maneras. Exteriormente como un intento de tener el mando en las situaciones o sobre otras personas, y a nivel interno conteniendo las emociones y necesidades propias. En todo caso refleja una búsqueda de poder. Hay una incapacidad para dejarse ir o de abandonarse al vaivén de los acontecimientos. El yo quiere dominar sobre la vida pretendiendo encasillarla mediante el entendimiento. Todo tiene que estar en orden y, a poder ser, sin dejar lugar a lo imprevisible. Sin embargo, cuanto más se quiere controlar más se muestra el aspecto desafiante e incontrolable de la existencia.

¿DÓNDE NACE LA NECESIDAD DE CONTROL?
Ya de niños somos premiados al comportarnos de cierta manera, mientras que dar rienda suelta a lo que sentimos conlleva el riesgo de sufrir reproches y castigos. Poco a poco aprendemos a usar el control para conseguir logros que se acomoden a lo que se espera de nosotros. Es decir, a pesar de sentir o desear una cosa, mostramos la contraria. Las normas y reglas que se nos inculcan van arraigando y acaban formando parte de nosotros. Con el tiempo es uno mismo el que se observa y enjuicia en cada pensamiento y acción. Así una parte de nosotros actúa mientras que la otra examina y condena. De esta forma aparecen la vergüenza, el sentido del ridículo y el sentimiento de culpa que impiden transgredir lo que se considera correcto. Mientras exista esta autoobservación crítica no es posible soltarse completamente, pues no estamos viviendo al cien por cien el momento y por lo tanto no podemos disfrutarlo plenamente. Los controladores muchas veces se habrán sorprendido a sí mismos pensando cómo explicar una experiencia en lugar de vivirla. El afán de control tiene pues mucho que ver con la cuestión de ser vistos por los demás. El temor al qué pensarán conduce a una vigilancia exhaustiva de uno mismo y a la pérdida de la espontaneidad. El terreno de las emociones, por ser donde más nos mostramos y ponemos en evidencia, se evita y reprime especialmente. La persona se siente más segura exhibiendo una apariencia neutra y correcta, aunque en esos casos la tensión vaya por debajo y se traduzca en rigidez corporal. Cuando existe este alejamiento de las necesidades y sentimientos reales a la persona le resulta difícil reconocerlas, hay una coraza de protección que le impide en muchos casos contactar con su interior. Esto provoca que a menudo le aguijonee la duda ante cualquier decisión. Se debate entre lo que debe y quiere hacer, a menudo sin saber qué desea realmente, inquieta ante la posibilidad de cometer un fallo. Se pueden repetir o revisar las tareas, a menudo de forma obsesiva o ansiosa, buscando estar preparado o tenerlo todo atado. Con el orden y la organización extremos se intenta ganar la partida a las inevitables lagunas de la incertidumbre.

DEL CONTROL AL DESCONTROL
Si analizamos lo que se oculta tras la necesidad de control hallamos el miedo. Miedo a fallar, a lo desconocido, al cambio, a la inestabilidad, a los sentimientos hostiles y, sobre todo, miedo a perder el control. Cuanto más se intenta controlar mayor es el temor que despierta el descontrol. Pero en muchas ocasiones el miedo provoca que aparezca justamente lo que tanto se teme. Así, cuando a una persona le atemoriza caerse su cuerpo se vuelve más rígido y torpe, lo que facilita las caídas.Todo lo que es excesivamente controlado y negado tiende a convertirse en incontrolable. Justamente quienes reprimen su ira son quienes más se sorprenden de sus arrebatos de cólera, pues lo que se niega es lo que tiene más posibilidades de irrumpir destructivamente. Tener una respuesta tan desmedida lleva a la persona a fortalecer aún más su contención para que no se repita, lo que genera un círculo vicioso. Existe la creencia de que si se cede ante una necesidad o sentimiento apremiantes se pierde el dominio de uno mismo. Pero normalmente cuando aflojamos el control nos damos cuenta de que había más fantasía que realidad en tal idea.

AFLOJAR RESISTENCIAS
Para vivenciar una emoción debemos traspasar este temor. Si reconocemos y encontramos una forma de expresar aquello que tanto nos atemoriza o rechazamos de nuestro interior perderá su poder sobre nosotros. Precisamente porque ya no oponemos resistencia.Por ejemplo, muchas personas reprimen su llanto, especialmente en presencia de otras personas. Sin embargo, cuando se permiten llorar comprueban que abrirse de esta forma al sentimiento y a los demás les alivia y libera en lugar de hacerles sentir mal.Ante una situación inestable, cuando desconocemos lo que puede pasar o se tienen importantes preguntas sin respuesta, surge una sensación de inseguridad y de no tener dónde agarrarse. En el embarazo, por ejemplo, suelen aparecer muchos miedos. Es uno de esos momentos en que se entra en contacto directo con la esencia de la vida y en los que, por lo tanto, nos damos cuenta de que el riesgo es continuo. Justamente el tomar conciencia de que nada ni nadie puede asegurar lo que va a acontecer hace que surja el miedo. Ante ese temor lo que se hace es intensificar al máximo todos los mecanismos técnicos de control. De esta forma la mujer escucha menos a su cuerpo y cede ante las explicaciones y decisiones de los profesionales.

FUERZAS MAYORES
La búsqueda frenética de control se puede convertir en una lucha contra uno mismo, contra las emociones y las necesidades que surgen, y también contra las circunstancias. Se trabaja mucho para tener cada vez mayor control, por ejemplo sobre las enfermedades, pero se hace poco por aprender a aceptar que a menudo nos tenemos que rendir ante fuerzas mayores. El conocimiento para remediar males nos ayuda, pero sin esta aceptación el miedo no cesa y la carrera para controlar más y más nos aleja cada vez más de entender la vida. El auge de la hipocondría o la ansiedad revela ese temor ante lo incierto. Aunque se busquen mil constataciones de que la persona está bien, persiste la intranquilidad. En realidad la persona se está enfrentando a una gran verdad: que la muerte y la inseguridad pueden aparecer en cualquier momento.

ENTREGARSE EN CONFIANZA
El control nos vuelve rígidos. Es una forma que tenemos de resistirnos y cerrarnos a lo que pueda devenir, aferrándonos a lo que creemos poseer. Por esta razón desprenderse del yo o de lo que se tiene asusta. A las personas controladoras todo lo que requiere abandonar el control consciente les resulta difícil, precisamente porque falta la confianza necesaria para entregarse.La capacidad para rendirse al sueño, para experimentar plenamente un orgasmo o estados de éxtasis o, incluso, para encarar la muerte como el gran abandono de uno mismo, depende en muchos casos de cómo se acepta el soltar las riendas del control. Sabemos que la peor forma de combatir el insomnio o la anorgasmia es teniendo el propósito de conseguir conciliar el sueño o alcanzar el orgasmo, pues mientras mande la conciencia o el ego no es posible la entrega total.Soltar el control significa contactar con el miedo. Normalmente huimos o luchamos contra nuestros temores, pero la verdadera solución reside en familiarizarse con ellos. El miedo nos tensa y contrae, mientras que la confianza nos relaja y expansiona. Para superar el miedo y la necesidad de control es preciso abrirse a aquello que se quiere evitar, mirando directamente lo que nos amenaza. Así, poco a poco el miedo podrá dejar lugar a la confianza.

APRECIAR EL CAMBIO
La vida nos muestra que no es posible controlarlo todo, precisamente porque todo se encuentra en continuo cambio y movimiento. Justamente cuando sentimos y aceptamos que la inestabilidad y el riesgo son inherentes a la vida es cuando nos podemos abrir más a las experiencias. Al tener presente la muerte y la finitud de todo lo que nos envuelve nuestra forma de vivir adquiere un mayor esplendor, pues nos enfrentamos a la realidad que más nos atemoriza. Si nos aferramos estamos intentando defender nuestro terreno, nuestras cosas, como quien intenta conservar un castillo de arena. En este esfuerzo perdemos la capacidad de saborear el instante. En lo que nos acontece, tanto si es bueno como si es malo, podemos ver que todo es impermanente, que nada perdura a lo largo del tiempo. El goce del enamoramiento, el dolor de una pérdida o la felicidad de un nacimiento son experiencias que llegan y acaban pasando. Igual que la arena se desliza por nuestros dedos, es preciso reconocer que la vida se escurre sin que podamos atraparla. Este tipo de reflexiones seguramente podrán aportar una visión más realista de la existencia. Al conseguir soltarnos podemos empezar a apreciar una nueva forma de funcionar. Las relaciones pueden alcanzar una profundidad mucho mayor cuando las personas se expresan tal como son. La intimidad y la aceptación que sentimos al contactar con otra persona, al poder hablar con ella desde lo que sentimos, por ejemplo al enamorarnos, nos hace sentir renovados. A veces puede costarnos dar el paso de decir lo que pasa por nuestro interior, pero la mejor recompensa es que nos sentimos liberados y coherentes con nosotros mismos. Soltar el control significa ser capaces de relajarse en el caos, ante la inseguridad o cada vez que las cosas no funcionan como esperábamos. La desorganización interna que nos produce la confusión, cuando se desbaratan todas nuestras creencias y esquemas, puede dejar un campo arado para una nueva cosecha. A menudo, pasar por el desconcierto y el desorden, aunque no guste, es necesario para que se produzca una transformación o un nuevo orden en nuestra forma de vivir. Igual que hay un momento para agarrar las riendas e impulsarnos con nuestra voluntad, también hay un tiempo para rendirse y aceptar lo que nos viene dado. Para entregarse a la vida es necesario tener confianza en ella. En todos los procesos donde reina la incertidumbre el camino pasa por hacer todo cuanto se halle en nuestras manos, pero también por confiar en que el proceso y el espacio desconocido que estamos atravesando conduce a alguna parte.

.Cristina Llagostera

1 comentario:

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