sábado, 28 de marzo de 2009

ELLA

Ella no sabe que yo existo,
pero es tan parte de mí como mis sueños.
Figura de cristal que inquieta mis sentidos,
incansanble bailarina de mi absurdo.

Imagen virtual de mis horas de vacío,
recuerdo inalterable de una edad dorada.

Ella no sabe quien soy,
Figura de cristal, canción de amor,
disfraz de un ideal,
incansable bailarina de mi absurdo,
Canción feliz, amor,
recuerdo inalterable de una edad dorada.

A veces pienso en las palabras esenciales,
en esa ciudad, en ese puente,en ese cielo,
en ese rostro, en las voces que no están,
en mis horas de vacío.

Ella no sabe quien soy,
mejor así.
A veces pienso en las palabras esenciales,
en esa imagen, en la canción feliz, en el amor.
Esta canción, es para tí,incansable bailarina de mi absurdo
Figura virtual, recuerdo feliz de una edad dorada...

REENCUENTRO

La mayoría de nosotros hemos ignorado nuestro niño interior durante demasiado tiempo.
Esa noche, Fermín sintió como si alguien lo estuviera mirando fijamente a los ojos, y escuchó una voz que le susurraba al oído: " Nunca te tomaste el tiempo necesario para conocerme". Él pensó y se preguntó: "¿Quién es esta mujer y cómo y donde la he conocido?". Le dijo entonces:" ¿Quién sos?". Ella volvió a mirarlo y le contestó:" No te será fácil, pero puede ser que llegues a conocerme, si estás dispuesto a abandonar tus ataduras y tus limitaciones. Yo soy todo lo que has perdido y todo lo que siempre has deseado. Soy todo lo que has rechazado y todo lo que te negaste a sentir durante mucho tiempo. Soy todo aquello que fuiste incapaz de amar y que no pudiste alcanzar. Ahora no te será fácil conocerme. Pero podés conseguirlo con tan sólo pedirlo. En tu vida hay un montón de prioridades que estaban al revés, por eso tu desconsuelo, pero sos conciente de que tenés sentimientos por demás profundos y una sinceridad que muy pocos han tenido antes para conmigo, al menos durante mucho tiempo. ¡Te amo! ¿Me escuchás? ¡Te amo! ¡Sos verdaderamente bueno! Sos como un niño en el universo, en mi universo. Tenés todo el derecho de amarme, de no sentir más pena ni dolor, de no sentirte solo, de vivir totalmente este presente que te ofrece más cosas que antes. Siempre te estuve esperando, soy tu sombra, tu ideal, tu canción de amor, todo lo que quisiste vivir y no viviste, tus sueños, tus anhelos, tu edad dorada. ¡Soy la vida ! Siempre te estuve esperando, vení, abrazame, no me dejes... ¡Tenemos todo el derecho a ser felices

viernes, 27 de marzo de 2009

EL DESEO Y LA INSATISFACCIÓN

El deseo nos fuerza a amar lo que nos hará sufrir.
Proyectamos nuestros deseos de futuro en el presente, olvidándonos de lo que acontece, atentos a la nada de un venir imaginado, fruto de nuestra ansiedad egotista que, en la mayoría de las veces, nos devuelve la frustración por lo que no pudo ser.
Esperar a Godot supone dejar de vivir, asentar en la imaginación la cuerda del tiempo que, como funambulitas ciegos, cruzamos precipitadamente sin saber lo que hay bajo nuestros pies, absortos en el nunca llegar del camino.
Vivir en el deseo significa olvidar el presente, generar una ansiedad constante de posibilidad placentera, porque el placer anhelado dirige nuestra motivación y herimos así el placer presente, que late en la inconsciencia abriendo impulsos irreconocibles.
Olvidar ‘lo que es’ y centrarnos en ‘lo que será’ exige un falseamiento múltiple y una infidelidad a nosotros mismos. Transitar de este modo la vida pone en juego neurosis que reconoceremos más tarde, cuando ya no seamos capaces de mirar un crepúsculo solamente atento al crepúsculo. La mente se irá a todas partes y el vacío habrá de extender a medida que los deseos proyectados transformen la esperanza incierta en desesperanza cierta. Cuando todo no haya sido como esperábamos tendremos que pensar en qué hemos fallado, por qué no hemos sabido cruzar este río remando a paso constante y relajado.
Hemos roto los remos y nos quedamos en mitad del río, sin poder avanzar, arrastrados por la corriente, que nos desvía de nuestro rumbo, que nos lleva a donde no sabemos, desorientando todo nuestro ser, de manera irreversible.
Pero, quizás, podemos preguntarnos, ¿por qué el deseo es tan fuerte que toma las riendas de nuestra vida y hace que todo dependa de él?Lo imposible, o lo que no es para nosotros, de manera natural, ha de ser abandonado, pero el deseo no nos deja. Incluso lo posible no lo es todo; y el cristal por el que miramos el mundo solamente nos muestra esa parte de la visión total. Dejamos de lado lo otro, lo que no valoramos aunque sea mucho más valioso, objetivamente, que lo que nosotros tenemos por el objeto de nuestro deseo.
Desear es reducir la perspectiva. Incluso más. Desear es inventar una visión y perder el contacto con lo puramente visible, lo que está ahí, ‘lo que es’. Esto, difícilmente lo vemos embargados por el deseo.
El deseo se opone a la materia configurando una ‘metamateria’. Más allá de lo objetivo perder el rumbo solamente es cuestión de tiempo. El tiempo neurótico llega sin que nos demos cuenta, cuando ya es tarde; y buscamos sin remedio que alguien o algo nos ayude, porque nos hemos vuelto extraños de nosotros. Algo o alguien, externo, que nos de la llave para que volvamos a acceder a nuestro ser; ese que dejamos de nutrir, observar, conocer… en pos de los futuribles anhelados.
No hay emoción (quizá pasión) más motivada que el deseo. Para los estoicos una emoción era una perturbación innecesaria. Quizá fueron demasiado lejos, pero aplicado al deseo es mucho más lógica esa afirmación. El deseo es emoción intelectualizada, convertida en objeto o imagen. La alteración fisiológica -de la que hablaron Lange y James como germen de la emoción- adquiere en el deseo una sofisticación máxima. Entra en el terreno de lo simbólico, materia con la que Freud trabajó y tantos otros. ¿Qué es un sueño sino un mural caótico-simbólico de nuestros deseos? ¿Qué es un deseo sino un sueño consciente?

EJERCICIOS PARA SOLTAR EL CONTROL

¿QUÉ CONLLEVA EL CONTROL EXCESIVO ?
El afán de controlar ocasiona muchos problemas, desde enfermedades psicosomáticas a conflictos en las relaciones:
• RIGIDEZ:
La inflexibilidad se manifiesta en el cuerpo y las actitudes. Hay dificultad para desenvolverse en situaciones poco estructuradas o que precisen improvisación. La conducta se ciñe en exceso a las reglas.
* AFECTIVIDAD RESTRINGIDA:
La apariencia suele ser correcta pero tensa, con una actitud distante hacia las otras personas. Se ejerce un rígido control sobre la expresión de las emociones.• SUPERIORIDAD:
Tras el control a menudo hay cierta arrogancia. Se tiene la sensación de que los otros no pueden hacer las cosas tan bien y por lo tanto cuesta delegar y confiar en ellos.
• PERFECCIONISMO:
Existe un deseo continuo de ser mejor, de superar a los otros. Las metas perfeccionistas siempre dejan a la persona insatisfecha.
• ALTO NIVEL DE EXIGENCIA Y CRÍTICA:
Tanto hacia uno mismo como hacia los demás. Se teme en gran medida ser criticado. Eso conlleva un temor exagerado a cometer errores.
• FRIALDAD EMOCIONAL:
La persona está tan acostumbrada a mostrar su fachada que teme que alguna emoción la desborde.
• DUDA:
El temor al descontrol conduce a la falta de confianza en uno mismo, a la indecisión y al miedo a tomar decisiones.
• EL PLACER SE POSPONE ANTE EL DEBER:
Se trata de personas muy disciplinadas. Han reprimido los deseos auténticos sustituyéndolos por una lista de deberías.
• RESENTIMIENTO:
Debido a la irritación que supone hacer siempre lo que otros esperan y no lo que uno desea.
• SENTIDO DE RESPONSABILIDAD Y AUTONOMÍA:
Se asumen responsabilidades muy tempranamente, ya en la infancia, teniendo un papel muy autónomo.
• HIPERVIGILANCIA:
Esto conlleva un alto nivel de tensión pues la persona no se permite abandonarse, siempre se está autocontrolando. También se vive muy pendiente de los demás, juzgando y observando cómo se entienden con ella.




5 EJERCICIOS Y ACTITUDES QUE AYUDAN A SOLTARSE:

Aprender a detectar cuándo se dispara la necesidad de controlar es lo que más puede ayudarnos a tener una actitud más relajada y abierta ante la vida:
• ACEPTAR LAS EMOCIONES:
Conviene reconocer, observar y escuchar las emociones que surgen en lugar de reprimirlas o dejar que nos desborden. A partir de la aceptación de nuestros sentimientos y necesidades empezamos a conocernos realmente a nosotros mismos.
• CUESTIONAR LOS PUNTOS DE REFERENCIA:
Cuando defendemos encarecidamente nuestro punto de vista nos cerramos a la visión de la otra persona. Buscar la razón y la equivocación absolutas es una forma de sentirse más seguro. Por lo tanto, tener una actitud libre de prejuicios abre la capacidad de aprender. Es preciso intentar dejar de lado toda noción sobre lo que es malo o bueno, mejor o peor, y evitar las comparaciones o las condenas.
• MODIFICAR LA RIGIDEZ DE LAS NORMAS INTERNAS:
Se trata de ver cuándo obramos o pensamos con rigidez y preguntarse, por ejemplo ante una tarea, si la queremos hacer realmente o si la hacemos para quedar bien...
• TRABAJAR LA ESPONTANEIDAD:
Requiere aprender a sentir por encima de pensar, buscar la improvisación y la creatividad, arriesgarse a mostrarse ante los demás intentando superar la timidez y el sentido del ridículo. Hacer payasadas o un poco de teatro es un acto muy valiente para quien le importa tanto la opinión de los demás. También es útil estar con niños y disfrutar con ellos, pues los niños son pura espontaneidad.
• DEJARSE LLEVAR:
Es preciso reconocer que hay situaciones que escapan a nuestro control. Debemos cultivar la capacidad de simplemente estar presentes sin acción. Podemos dejarnos llevar por otra persona durante un día, haciendo el ejercicio de aceptar sus deseos. Es útil observar cómo nos sentimos ante esa situación.

jueves, 26 de marzo de 2009

COMENZAR A SOLTAR...

Aunque nos empeñemos, no podemos tenerlo todo bajo control. Disfrutar de la vida requiere aprender fluir con las situaciones.Entre los muchos temores que hoy nos atenazan, el miedo a perder el control es uno de los más extendidos. En parte porque nuestra cultura ensalza el éxito y éste depende de cómo nos adaptamos a lo que se nos pide socialmente, aunque a veces eso implique desoír lo que reclaman nuestros impulsos. La vida requiere tanto tener cierto control sobre uno mismo como soltarse expresando y actuando con lo que realmente se siente. El control podría compararse con las riendas guiadas por la razón, mientras que los impulsos o emociones serían los caballos. Sin riendas no podemos dirigir a un caballo, pero si lo refrenamos demasiado pierde su fuerza y naturalidad. Algo similar sucede en nosotros. Sabemos que no podemos entregarnos enteramente a nuestros deseos porque necesitamos atenernos a ciertas normas. Si no fuera así, no dudaríamos en agredir cuando sintiésemos rabia o no contendríamos los deseos eróticos hacia otras personas. El control, por tanto, tiene una función adaptativa y es necesario. Pero cuando se quieren dominar las situaciones más allá de lo razonable se instaura una lucha inútil contra la esencia de uno mismo y de la vida. Cuando se depende excesivamente del control y la razón suelen estar mermadas la capacidad de entrega y la confianza. El afán de controlar se expresa de diferentes maneras. Exteriormente como un intento de tener el mando en las situaciones o sobre otras personas, y a nivel interno conteniendo las emociones y necesidades propias. En todo caso refleja una búsqueda de poder. Hay una incapacidad para dejarse ir o de abandonarse al vaivén de los acontecimientos. El yo quiere dominar sobre la vida pretendiendo encasillarla mediante el entendimiento. Todo tiene que estar en orden y, a poder ser, sin dejar lugar a lo imprevisible. Sin embargo, cuanto más se quiere controlar más se muestra el aspecto desafiante e incontrolable de la existencia.

¿DÓNDE NACE LA NECESIDAD DE CONTROL?
Ya de niños somos premiados al comportarnos de cierta manera, mientras que dar rienda suelta a lo que sentimos conlleva el riesgo de sufrir reproches y castigos. Poco a poco aprendemos a usar el control para conseguir logros que se acomoden a lo que se espera de nosotros. Es decir, a pesar de sentir o desear una cosa, mostramos la contraria. Las normas y reglas que se nos inculcan van arraigando y acaban formando parte de nosotros. Con el tiempo es uno mismo el que se observa y enjuicia en cada pensamiento y acción. Así una parte de nosotros actúa mientras que la otra examina y condena. De esta forma aparecen la vergüenza, el sentido del ridículo y el sentimiento de culpa que impiden transgredir lo que se considera correcto. Mientras exista esta autoobservación crítica no es posible soltarse completamente, pues no estamos viviendo al cien por cien el momento y por lo tanto no podemos disfrutarlo plenamente. Los controladores muchas veces se habrán sorprendido a sí mismos pensando cómo explicar una experiencia en lugar de vivirla. El afán de control tiene pues mucho que ver con la cuestión de ser vistos por los demás. El temor al qué pensarán conduce a una vigilancia exhaustiva de uno mismo y a la pérdida de la espontaneidad. El terreno de las emociones, por ser donde más nos mostramos y ponemos en evidencia, se evita y reprime especialmente. La persona se siente más segura exhibiendo una apariencia neutra y correcta, aunque en esos casos la tensión vaya por debajo y se traduzca en rigidez corporal. Cuando existe este alejamiento de las necesidades y sentimientos reales a la persona le resulta difícil reconocerlas, hay una coraza de protección que le impide en muchos casos contactar con su interior. Esto provoca que a menudo le aguijonee la duda ante cualquier decisión. Se debate entre lo que debe y quiere hacer, a menudo sin saber qué desea realmente, inquieta ante la posibilidad de cometer un fallo. Se pueden repetir o revisar las tareas, a menudo de forma obsesiva o ansiosa, buscando estar preparado o tenerlo todo atado. Con el orden y la organización extremos se intenta ganar la partida a las inevitables lagunas de la incertidumbre.

DEL CONTROL AL DESCONTROL
Si analizamos lo que se oculta tras la necesidad de control hallamos el miedo. Miedo a fallar, a lo desconocido, al cambio, a la inestabilidad, a los sentimientos hostiles y, sobre todo, miedo a perder el control. Cuanto más se intenta controlar mayor es el temor que despierta el descontrol. Pero en muchas ocasiones el miedo provoca que aparezca justamente lo que tanto se teme. Así, cuando a una persona le atemoriza caerse su cuerpo se vuelve más rígido y torpe, lo que facilita las caídas.Todo lo que es excesivamente controlado y negado tiende a convertirse en incontrolable. Justamente quienes reprimen su ira son quienes más se sorprenden de sus arrebatos de cólera, pues lo que se niega es lo que tiene más posibilidades de irrumpir destructivamente. Tener una respuesta tan desmedida lleva a la persona a fortalecer aún más su contención para que no se repita, lo que genera un círculo vicioso. Existe la creencia de que si se cede ante una necesidad o sentimiento apremiantes se pierde el dominio de uno mismo. Pero normalmente cuando aflojamos el control nos damos cuenta de que había más fantasía que realidad en tal idea.

AFLOJAR RESISTENCIAS
Para vivenciar una emoción debemos traspasar este temor. Si reconocemos y encontramos una forma de expresar aquello que tanto nos atemoriza o rechazamos de nuestro interior perderá su poder sobre nosotros. Precisamente porque ya no oponemos resistencia.Por ejemplo, muchas personas reprimen su llanto, especialmente en presencia de otras personas. Sin embargo, cuando se permiten llorar comprueban que abrirse de esta forma al sentimiento y a los demás les alivia y libera en lugar de hacerles sentir mal.Ante una situación inestable, cuando desconocemos lo que puede pasar o se tienen importantes preguntas sin respuesta, surge una sensación de inseguridad y de no tener dónde agarrarse. En el embarazo, por ejemplo, suelen aparecer muchos miedos. Es uno de esos momentos en que se entra en contacto directo con la esencia de la vida y en los que, por lo tanto, nos damos cuenta de que el riesgo es continuo. Justamente el tomar conciencia de que nada ni nadie puede asegurar lo que va a acontecer hace que surja el miedo. Ante ese temor lo que se hace es intensificar al máximo todos los mecanismos técnicos de control. De esta forma la mujer escucha menos a su cuerpo y cede ante las explicaciones y decisiones de los profesionales.

FUERZAS MAYORES
La búsqueda frenética de control se puede convertir en una lucha contra uno mismo, contra las emociones y las necesidades que surgen, y también contra las circunstancias. Se trabaja mucho para tener cada vez mayor control, por ejemplo sobre las enfermedades, pero se hace poco por aprender a aceptar que a menudo nos tenemos que rendir ante fuerzas mayores. El conocimiento para remediar males nos ayuda, pero sin esta aceptación el miedo no cesa y la carrera para controlar más y más nos aleja cada vez más de entender la vida. El auge de la hipocondría o la ansiedad revela ese temor ante lo incierto. Aunque se busquen mil constataciones de que la persona está bien, persiste la intranquilidad. En realidad la persona se está enfrentando a una gran verdad: que la muerte y la inseguridad pueden aparecer en cualquier momento.

ENTREGARSE EN CONFIANZA
El control nos vuelve rígidos. Es una forma que tenemos de resistirnos y cerrarnos a lo que pueda devenir, aferrándonos a lo que creemos poseer. Por esta razón desprenderse del yo o de lo que se tiene asusta. A las personas controladoras todo lo que requiere abandonar el control consciente les resulta difícil, precisamente porque falta la confianza necesaria para entregarse.La capacidad para rendirse al sueño, para experimentar plenamente un orgasmo o estados de éxtasis o, incluso, para encarar la muerte como el gran abandono de uno mismo, depende en muchos casos de cómo se acepta el soltar las riendas del control. Sabemos que la peor forma de combatir el insomnio o la anorgasmia es teniendo el propósito de conseguir conciliar el sueño o alcanzar el orgasmo, pues mientras mande la conciencia o el ego no es posible la entrega total.Soltar el control significa contactar con el miedo. Normalmente huimos o luchamos contra nuestros temores, pero la verdadera solución reside en familiarizarse con ellos. El miedo nos tensa y contrae, mientras que la confianza nos relaja y expansiona. Para superar el miedo y la necesidad de control es preciso abrirse a aquello que se quiere evitar, mirando directamente lo que nos amenaza. Así, poco a poco el miedo podrá dejar lugar a la confianza.

APRECIAR EL CAMBIO
La vida nos muestra que no es posible controlarlo todo, precisamente porque todo se encuentra en continuo cambio y movimiento. Justamente cuando sentimos y aceptamos que la inestabilidad y el riesgo son inherentes a la vida es cuando nos podemos abrir más a las experiencias. Al tener presente la muerte y la finitud de todo lo que nos envuelve nuestra forma de vivir adquiere un mayor esplendor, pues nos enfrentamos a la realidad que más nos atemoriza. Si nos aferramos estamos intentando defender nuestro terreno, nuestras cosas, como quien intenta conservar un castillo de arena. En este esfuerzo perdemos la capacidad de saborear el instante. En lo que nos acontece, tanto si es bueno como si es malo, podemos ver que todo es impermanente, que nada perdura a lo largo del tiempo. El goce del enamoramiento, el dolor de una pérdida o la felicidad de un nacimiento son experiencias que llegan y acaban pasando. Igual que la arena se desliza por nuestros dedos, es preciso reconocer que la vida se escurre sin que podamos atraparla. Este tipo de reflexiones seguramente podrán aportar una visión más realista de la existencia. Al conseguir soltarnos podemos empezar a apreciar una nueva forma de funcionar. Las relaciones pueden alcanzar una profundidad mucho mayor cuando las personas se expresan tal como son. La intimidad y la aceptación que sentimos al contactar con otra persona, al poder hablar con ella desde lo que sentimos, por ejemplo al enamorarnos, nos hace sentir renovados. A veces puede costarnos dar el paso de decir lo que pasa por nuestro interior, pero la mejor recompensa es que nos sentimos liberados y coherentes con nosotros mismos. Soltar el control significa ser capaces de relajarse en el caos, ante la inseguridad o cada vez que las cosas no funcionan como esperábamos. La desorganización interna que nos produce la confusión, cuando se desbaratan todas nuestras creencias y esquemas, puede dejar un campo arado para una nueva cosecha. A menudo, pasar por el desconcierto y el desorden, aunque no guste, es necesario para que se produzca una transformación o un nuevo orden en nuestra forma de vivir. Igual que hay un momento para agarrar las riendas e impulsarnos con nuestra voluntad, también hay un tiempo para rendirse y aceptar lo que nos viene dado. Para entregarse a la vida es necesario tener confianza en ella. En todos los procesos donde reina la incertidumbre el camino pasa por hacer todo cuanto se halle en nuestras manos, pero también por confiar en que el proceso y el espacio desconocido que estamos atravesando conduce a alguna parte.

.Cristina Llagostera